Es tan real como tu alma, atemporal, y vive dentro de ti esperando el momento en que te des cuenta y fijes tu mirada en sus ojos.
Desde un punto de vista energético, comprendiendo que
cada persona es un ser de luz viviendo una experiencia física, el niño interior
es aquella parte de tu energía que te conecta desde fuera, lo más externo
físicamente, hasta lo más interno, el alma. Esta conexión, este niño interior,
vive en el corazón, este es su hogar. Es el amor y la ternura hacia ti.
En el momento en el que tu cuerpo, tu mente y tus
emociones se rigen desde el corazón y desde el amor hacia ti mismo, en ese
momento es cuando te fundes con tu niño interior y eres un solo ser. Ahí es
cuando sientes amor por ti, por las personas y por todo lo que te rodea. No es
un amor ilusorio en el que te sientes por encima de los demás, mejor o peor que
nadie. No es un espejismo que desaparece en cuanto te enfrentas a tu propia
realidad o a la de los demás. Es el amor que nace de la aceptación de tu
persona, de la humildad, del valor y el reconocimiento hacia ti, de la ternura
hacia ti. Y al encontrarlo en tu interior, lo encuentras en cada cosa y en los
demás, sean conscientes o no, lo vivan o no. Porque aunque no lo vivamos en un
determinado momento, está ahí, siempre estuvo ahí.
Desde otro punto de vista, sentir al niño interior es
pararse y descubrir qué sientes, qué
quieres realmente, cuál es tu voz entre todas las voces que hay en tu mente. Es
el cuidado por tu corazón, tu integridad, tu humanidad, tu inocencia, tu
sonrisa, tus ganas de reír, de compartir, de amar y de crear.
Así que da igual el punto desde el cual nos aproximemos a
nuestro niño interior. Desde experimentar nuestra esencia como ser de energía,
o experimentar nuestra esencia amorosa como ser humano. Es lo mismo con
diferentes nombres y diferentes caminos, lo importante del camino es que te
lleve a ti.
Relación con el niño interior, lo que nosotros pensamos y lo que realmente es
Imagina
que fuese posible estar sentado delante del niño que eras cuando tenías
dos años y mirarlo a los ojos. Para lograrlo es tan
sencillo como verte sentado en el suelo frente a ese niño Ya estaríamos
cambiando algo: nuestra actitud, la balanza de nuestro ego y nuestra
humildad.
Y realmente se empieza así, sentándote frente a ese niño. Está al
alcance de
todas las personas, no es necesario más que pararse un momento.
Puestos
en el momento de realizar este encuentro, muchas veces va por delante
nuestra cabeza pensando, anticipándose a qué se va a encontrar: cuál va a
ser la mirada de ese niño, cuáles van a ser sus sentimientos hacia
nosotros. Y es curioso cómo sin pararnos nunca a pensar que tuviésemos
una niña, un niño interior, en ese mismo momento en que lo conocemos (si
es que no sabíamos ya de su existencia) sentimos que tenemos la
responsabilidad de cuidarlo.
Los tipos de relación que pueden surgir tras ese primer encuentro pueden ser muy diferentes:
- La persona y su niño interior son un solo corazón, su
amor hacia sí mismo y hacia los demás se desprende de sus ojos, de sus manos,
de sus palabras, de sus acciones.
- La persona que se siente, se acepta, quiere y valora,
que disfruta viendo a su niño interior lleno de vida, jugando con él o ella,
abrazándola, escuchándola, y poco a poco juntos caminan hacia un solo ser, sin
dualidad, sin separación.
- La persona que quiere proteger a su niño, consolarlo, aceptarlo, abrazarlo y besarlo. Que ya está en el camino de la acción de pasar
a cuidar de la persona que es, pero que aún no se siente capaz o con la
suficiente confianza. A
veces esta situación genera sentimientos de impotencia y frustración porque
puedes sentir que ese niño necesita cuidado pero no sabes cómo
proporcionárselo.
- La persona que siente indiferencia hacia su niño
interior: sabiendo de su existencia, no siente empatía ni responsabilidad
alguna en su cuidado.
- La persona que ahoga su niño interior, que se da cuenta
de la existencia de esa parte de sí misma y quiera acallarla en un intento vano
y desesperado por ser todo lo que los demás le han dicho que debe ser para
sentirse merecedora del amor y la aceptación externa. Es un intento destinado
al sufrimiento y al fracaso, ya que aunque existiese la posibilidad de
contentar todas esas exigencias, habría que valorar si esa persona sería feliz,
ya que las voces de los demás responden a sus propias necesidades, no a las
nuestras.
- La persona que ve a su niño interior triste y no se
siente digna de presentarse ante él/ella. Piensa que el niño no va a aceptar al
adulto que es, que le va a juzgar. Siente culpa por todo lo que no ha hecho por
sí misma. Pero lo cierto es que el niño interior no nos critica, no se siente
decepcionado por la persona que somos; y la tristeza que podemos ver en esos
ojos profundos responde al vacío y la soledad que hay en nuestra vida. Es como
si se cambiasen los papeles, como si el niño fuera la madre o el padre, la
persona amorosa, protectora, paciente, guía sabia, y nos viese a nosotros, a su
pequeña hija/hijo, y sintiese un inmenso amor, comprensión, preocupación por
nosotros. Es curioso, porque esto que ocurre no es lo que esperábamos, ya que
estamos tan acostumbrados a juzgarnos y a que nos juzguen, que ver la ternura,
la comprensión hacia nosotros en los ojos del niño realmente nos sorprende.
La
niña o el niño interior nos ayuda a reconocer nuestra propia voz. A
desnudarnos de todo aquello que no somos. Nos lleva de la mano (y no al
revés) hacia nosotra@ misma@ para que veamos a través de sus ojos la
persona que somos, y esto quiere decir TODA la persona que somos: no
sólo aquello que ya nos hemos dado cuenta de que no podemos ocultar a
los ojos del niño interior (nuestras máscaras, nuestras heridas,
nuestras exigencias, nuestros apegos) y que mostramos con cierta
resignación y vergüenza. Afortunadamente para nuestro niño interior, la
visión de todo lo que somos no está distorsionada y nos ve como seres
completos. Por eso es tan especial vernos a través de sus ojos:
Ver cuánto nos quiere, que nos acepta enteros, que valora
hasta el más pequeño de nuestros logros, que es testigo de nuestros esfuerzos,
de nuestra belleza, nuestro entusiasmo, nuestra capacidad para levantarnos y
volver a intentarlo, nuestra ternura, nuestro compañerismo, nuestra risa. Es
curioso que a veces, hasta que te asomas a la mirada de tu niño interior, no
eres consciente de lo que ves en ti.
A lo
largo del tiempo, la relación con nuestro niño interior puede cambiar y pasar
por distintas etapas. Lo que realmente no varía es que la integridad y el amor
de nuestro niño por nosotros es permanente.
Dicho
de esta manera, parece que sólo hay cosas dichosas en nuestro interior, nuestro
niño está feliz esperándonos. ¿No hay heridas? Claro que las hay. Nos han
enseñado desde pequeños a fijarnos más en las heridas que en todo lo demás. De
esta manera creamos una visión irreal de nosotros mismos, y desde esta visión
nos relacionamos con nuestro interior y con el mundo. Pensamos, y nos hemos
acostumbrado a sentir, que somos personas con muchas
“manchas-defectos-imperfecciones-heridas”, pero si pudiésemos vernos en la
totalidad de nuestro ser, contemplaríamos cuánta belleza y armonía tenemos, y
que esas “manchas” no pueden ni podrán empañar nunca nuestra luz interior, tan
sólo tenemos que recordar esto. Por eso, el primer viaje hacia ti que sea a tu
ternura, a tu amor propio, y ahí, donde encuentres un poquito, quédate hasta
que crezca lo suficiente para que sientas la confianza y la fuerza que te da
este encuentro positivo y entonces estarás listo para ocuparte de tus heridas,
con delicadeza, o de aquellas cosas de ti que notas que limitan tu libertad y
la expresión de tu ser.
No te
pelees con tus “manchas”, porque también son una expresión de ti, un
aprendizaje, una experiencia y pueden ser una forma a través de la cual
caminar hacia tu libertad. Además, las supuestas “manchas” forman parte de todo
tu ser, de la manera irrepetible, preciosa y valiente que has escogido para
estar en el mundo. Por eso ,cuando ya las hayas integrado, no ocultes su
cicatriz, su existencia, porque forman parte de tu singularidad y belleza.
Si
estas palabras resuenan en tu interior, busca si quieres un momento para ti,
siente cómo respira tu cuerpo, escucha cómo late tu corazón y ahí, en tu
corazón, imagina un espacio cálido y agradable donde te ves sentad@. Pide,
visualiza, siente, llama a tu niñ@ interior. Ve delante de ti a una personita
de 2 años. Mírala a los ojos, sin presuponer. Conecta tu mirada con la suya…
Este es el comienzo de una gran aventura, disfrútala!.
Autor: Gemma Max